Homenaje a Gonzalo Díaz (Fundador de la Sala Conca) / Intento de obituario al Conco* / Por Elena Morales Jiménez

 En Arico, 12 de febrero de 2025

«Cuando llegue la muerte, / descansaré en ella, acurrucada y aliviada». Es el final del libro Poemas tallados en soledad, de Alma Mar (Rosa Ramos Careno), que muy pronto podré enviar a imprenta. Son las 23:13 del día 11 de febrero de 2025. Termino de corregir y revisar esta obra y en ese justo instante tras releer estos versos, recibo una notificación en mi móvil que me deja perpleja. «Hola, Elena, acaba de fallecer Conco». Es María José Belda, una luchadora incansable que ha intentando lograr, de mil modos, el reconocimiento de nuestro querido marchante-marchado. Sobresaltada, solo puedo contestar: «¡Oh, Dios mío!, ¡no me lo puedo creer!», y wasapeamos un rato.

Gonzalo Díaz, el Conco, retratado por Fernando Vallejo

Paso la noticia a mi grupo de amigos íntimos vinculados con la Conca: Florentina Fuentes (fotógrafa recientemente laureada), Patricia Delgado y Gervasio Arturo (artistas con amplísima y reconocida trayectoria). Y comentamos lo triste de este hecho, lo triste que ha sido que el Conco no recibiera un homenaje institucional en vida. Recibirá el galardón, la Medalla de Oro de la Isla de Tenerife, a título póstumo, el próximo 19 de marzo; y hablamos de lo efímero de la existencia, y de cómo ha llegado esta muerte después de la de su amigo y escultor Pepe Abad (cuyo trabajo tanto defendió y tantas veces expuso en la Sala Conca), y después también de las muertes de los galeristas Manuel Ojeda (de Las Palmas) y Helga De Alvear (de Cáceres).

Salgo de mi estudio, un pequeño cuarto ubicado en una finca de Arico. La luna ilumina con su luz plateada un mar en absoluta calma. Es el mar del Porís. Ese mismo mar donde tú, Conco, solías bañarte para calmar el estrés y las penas. Porque fueron muchas las decepciones a las que tuviste que enfrentarte en tu largo recorrido como galerista. Y siempre el mar, el mar del Porís te renovaba, durante el fin de semana, desde el sábado por la tarde hasta el lunes por la mañana.

Miro hacia atrás un momento y ahogo un grito. ¡Algo se mueve y viene hacia mí! ¿Será tu espíritu? ¿Vienes a despedirte? Pero ¡no es posible! Son muchas las personas de las que querrás despedirte: tu familia, tus hermanos Pilar y Carlos, tu cuñada Ana, tus sobrinos. Los coleccionistas que tanto te apoyaron, como Luis Gutiérrez; historiadores de arte como Celestino Hernández y Pilar Carreño; los otros galeristas de la Isla: Carlos E. Pinto, Eliseo Izquierdo, Fernando Pérez, los responsables de las salas de arte de CajaCanarias, que tanto te admiraban; y tantos, tantos, tantos artistas. Sé que te aprecian, especialmente, Luis Mayo y Fernando Bellver, en Madrid, pero, aquí, en nuestra isla tinerfeña, Javier Eloy, Roberto García Mesa, Loly Íñiguez, José Dámaso, María Jesús Pérez Vilar, Lola del Castillo, Inma Juárez... solo por citar unos pocos; tú sabes que son cientos. Sí, son muchas, muchas-muchas, las personas que te quieren y que aman el legado que creaste, los lenguajes artísticos que combinabas con tu singular mirada; para mí eran sin duda, en su conjunto, un Arte para tocar el alma. ¿Por qué has venido hasta aquí entonces?
 
Retrato del Conco por Walter Meigs

Con pasos temblorosos, me acerco hacia esa sombra terrible de la noche; decido espantar el miedo. Pero ¿y si no es tu espíritu? ¿Y si es un maleante con intenciones funestas? No puedo salir corriendo. Estoy paralizada. Prefiero saber la verdad. Al fin, reacciono. Enciendo la linterna del móvil. La luz de la luna no es suficiente para verte. Camino hacia tu silueta negra, y suspiro. ¡Es la pequeña palmera quien agita sus palmas! Y ¡solo quiere abrazarme! Quiere reconfortarme. Respiro aliviada. Y le doy las gracias. Gracias. Gracias.

Bajo la rampa de cemento muy despacio. El gato negro del vecino me está esperando al final de esta pendiente. Solo veo sus ojos. Sus ojos verdes fluorescentes que me miran fijamente. Los dos nos quedamos mirándonos un buen rato. Ninguno da un paso hacia adelante. Me maravillan esos ojos que parecen eléctricos. «¿Será un gato artificial?», me pregunto. «¿Un gato-robot?, ¿un espía?», ¡qué sé yo! Esa mirada no parece natural, pero no, no puede ser un robot. Esa mirada es sobrenatural. Me sobrecoge y me alucina. No suele visitarme el gato. ¿Por qué ha venido esta noche? Tal vez ha venido a anunciarme tu presencia entre los árboles. Sé que los ojos de los gatos no brillan, sino que reflejan la luz del mundo exterior. ¿Está tu luz cerca? No puedo apartar mis ojos de ella. Pero el gato se cansa de mi parálisis y, al fin, salta y se esconde detrás del nisperero. Y yo entro en la casa.

Por la mañana del día 12 recibo un wasap de Ángela González (museóloga y gestora cultural): «Hola, Elena. Me acabo de enterar del fallecimiento del Conco. No puedo dejar de acordarme de la época que compartimos en la Conca y que tanto nos marcó en nuestro desarrollo profesional. Te mando un abrazo fuerte». Y pienso que es verdad, la Conca, el Conco, nos marcó. Y «¿en qué nos marcó?», reflexiono. Y entonces acude a mi mente una frase del Conco: «No quiero perder el humanismo de mi trabajo». Con esa afirmación titulé la primera entrevista que publiqué sobre él, y que recogió primero La Opinión de Tenerife, el 17 de febrero de 2000, y luego el libro DialogArte. Conversaciones en torno al arte actual en Canarias (2010). Sí, fue eso lo que más me marcó. Ese modo de trabajar con los artistas, de conocerlos, de estimularlos de las formas más insospechadas, de lograr que dieran lo mejor de sí, de creer en ellos.

A veces, en mi actual trabajo en la pequeña editorial Escritura entre las Nubes recibo propuestas para asistir a cursos exprés que te enseñan a crecer delegando, y mensajes de grandes empresas que quieren colaborar con la editorial ofreciéndome subcontratas abusivas; todo ello con la promesa de profesionalizar más y más la editorial hasta hacerla inmensa; sí, ¡qué bien!, «¡qué bien!», pienso irónica, porque bajo esa expansión editorial solo se esconde una futurible directora editorial explotadora de pequeños asalariados y becarios… Pero no quiero; ese no será jamás mi plan, nunca he querido. Crecer en ese sentido, para mí, significaría, con total seguridad, perder el humanismo en el trabajo.

Uno de los ensayos que he leído últimamente, Sapiens. De animales a dioses: Breve historia de la humanidad, de Yuval Noah Harari, nos avisa de que toda revolución histórica que permitió el crecimiento y expansión del hombre supuso también una pérdida de calidad de vida. La revolución agrícola permitió la expansión del ser humano como especie, pero supuso también una vida más aburrida, más esclava, con menos experiencias interesantes. Y ahora estamos en otra revolución, la revolución tecnológica, la revolución de la inteligencia artificial; todo nos lo quieren dar hecho. Creceremos siendo cada vez más ignorantes, mientras constatamos con absoluta preocupación cómo nuestro cerebro se hace cada vez más pequeño. 

Por eso pienso que es mejor no crecer. Quiero seguir mirando a los gatos de mis vecinos en la noche y aprender de ellos. Prefiero trabajar en mi pequeño estudio con unos pocos clientes con los que es posible entablar una relación amistosa y no solo laboral.

El crecimiento implica más riqueza, más poder, sí, pero también implica una progresiva desconexión de ti mismo y de los demás, una deshumanización que obstaculiza la plenitud. Sí, en eso me marcó el Conco; en eso me marcó la Conca. No podemos perder el humanismo. Seamos humanos, no máquinas pensantes.

Recibo otro wasap, esta vez de Carlos Díaz, el hermano del Conco. También me avisa del fallecimiento. Y, más tarde, me comunica que el sepelio será el jueves 13, a las 16:30 horas. «Claro que asistiré», pienso.

Y pienso también que la muerte de un ser querido es como un látigo que te causa dolor y te despierta, y te hace consciente de los delgados hilos que unen toda la existencia. Por eso, vi al Conco en la palmera, en las tinieblas de la noche; por eso, también lo vi en los ojos fluorescentes del gato del vecino; pero, sobre todo, lo veo cuando miro el mar del Porís. El mar, ahora brillante, iluminado por la luz de este mediodía, esta luz cegadora que me invita a creer que hay esperanza y que la existencia no es tan triste, ni siquiera cuando se lleva al otro lado del mundo a las personas que amamos, a las personas que alguna vez nos marcaron, nos dejaron su huella.

*Conco es el nombre cariñoso que recibió Gonzalo Díaz por ser el director y fundador de la Sala Conca

*2 Elena Morales Jiménez es doctora en Bellas Artes, editora de Escritura entre las Nubes, escritora y autora de Los lenguajes de la Conca. Arte para tocar el alma y de DialogArte. Conversaciones en torno al arte actual en Canarias, entre otros libros.

 


Aprende a ver el arte (II). Tres visiones del surrealismo y una visita a la Sala Conca. Junio de 2010.

Charla sobre Los lenguajes de la Conca. Arte para tocar el Alma, en El Corte Inglés de Tenerife. Enero de 2012

Los lenguajes de la Conca. Sala Conca. Enero de 2012.

Enero de 2012. Detrás de la autora del libro: Pintura al óleo de Alejandro Rodríguez

Pinturas de Fernando Bellver y de Consuelo M. González - Sala Conca. Colectiva. Enero de 2012  

Los artistas Gotthart Kupple, Patricia Delgado y Gervasio Arturo, junto a Gonzalo Díaz - Conco. Colectiva. Enero de 2012
Fotografías de Gonzalo Díaz (Conco) en la biblioteca de su hermano Carlos Díaz

En la Residencia de Mayores Magnolia, de La Caridad, Tacoronte, Tenerife, con Elena Morales, Florentina Fuentes y Gervasio Arturo. 23 de febrero de 2024

Homenaje a Gonzalo Díaz, Conco. 17 de noviembre de 2023. Con Carlos Díaz, María José Belda y Elena Morales. Museo L M Arte Colección, en La Laguna, Tenerife

Gonzalo Díaz, Conco. 17 de noviembre de 2023. Museo L. M. Arte Colección, en La Laguna, Tenerife